miércoles, 12 de octubre de 2011

TEBEOS, CENSURA E INTOLERANCIA: A PROPÓSITO DE "PERSÉPOLIS"




DIVERSOS medios de comunicación han dado noticia de los graves disturbios que se han producido en Túnez, a raíz de la emisión televisiva en aquel país —el pasado viernes— de la película Persépolis, una coproducción franco-iraní del año 2007 que adapta a la pantalla la obra homónima de la historietista iraní Marjane Satrapi. En concreto, los ánimos se encresparon porque en el citado film aparece una escena imaginaria donde se representa a Dios hablando con la protagonista de la historia. Grupos salafistas, y otras personas unidas a ellos, salieron a la calle y se mostraron dispuestos a asaltar la cadena de televisión privada que emitió la película, por considerar que dicha escena es blasfema y que se había atentado contra las leyes de la religión y el Corán. Por todo ello, su director, Nebil Karoui, se vio obligado a pedir perdón públicamente a todo el pueblo tunecino, reconociendo —en un tono bastante claudicante, pero del todo comprensible ante la desmedida reacción (de hecho se recibieron amenazas de muerte y de destruir la sede de la cadena)— que fue un error emitir esa secuencia, pero que no había habido intención de «comprometer los valores sagrados». Lo más preocupante (y significativo) de todo es que, al parecer, el hecho ha despertado la indignación más allá de los grupos radicales, reabriendo de nuevo el debate sobre la sensibilidad musulmana en las cuestiones de tipo religioso.

 Imagen de la secuencia que ha desatado el furor integrista y el malestar generalizado en Túnez


Bueno, parece evidente que tras este exacerbado e intolerante rechazo hacia el figurativismo se esconde el eterno tema de la censura (en este caso bajo la forma del tabú religioso). La cosa, como fenómeno en sí, no tendría que resultarnos tan sorprendente, considerando que las otras dos grandes religiones monoteístas también han conocido, en el pasado, tales movimientos anicónicos a lo largo de su historia. En el caso del cristianismo es bien conocida y paradigmática la denominada “Querella o cuestión iconoclasta”, que se desarrolló entre los siglos VIII-IX en Bizancio y tuvo sus coletazos en el Imperio Carolingio. Pero el quid de la cuestión reside, claro está, en el hecho de que esto ocurrió hace siglos, y no en el año 2011, como nos muestra la noticia aparecida en los medios de comunicación. Es decir, se trata de un problema de los países musulmanes que, en más de un aspecto (entre ellos el religioso, desde luego), se han quedado anclados en un tiempo pasado. Su verdadero lastre es que aún no se ha producido en ellos la separación entre los dos poderes (temporal y espiritual), que tantos quebraderos de cabeza ocasionó al cristianismo (y concretamente a la Iglesia) desde sus comienzos y a lo largo de su bimilenaria trayectoria (merced a esa dialéctica permanente de enfrentamiento/atracción entre las dos esferas, con los riesgos y ventajas que ambas conllevaban). Una separación que no sólo no ha tenido lugar a nivel institucional o “superstructural” (Estado, constitución política, régimen judicial-penal, etc.), sino que tampoco se ha producido en lo que a cambios de mentalidad se refiere. Los estados musulmanes —todos, si no estoy equivocado— continúan siendo regímenes teocráticos o fuertemente confesionales —algunos de los cuales, de hecho, no han sancionado en su integridad todos y cada uno de los puntos incluidos en la Carta de Derechos Humanos—, con sociedades en las que, además, no han arraigado los principios democráticos básicos. Principios que, por cierto —y frente a cierta falacia a veces admitida—, no son, ni mucho menos, una invención ex novo occidental —aunque haya sido en Occidente donde con más denuedo se ha luchado por ellos y por conseguir su respeto—, sino que vienen derivados del Derecho natural, fuente legislativa inspiradora de la Humanidad desde sus orígenes, y anterior a cualquier ordenamiento jurídico positivo o consuetudinario. Digo esto para dejar bien claro que no se trata aquí de una cuestión de "imposición" o de imperialismo político y cultural, sino de asumir como propios el iusnaturalismo y una serie de valores humanos universales, que deberían ser aceptados por todos los regímenes y las personas del mundo.



En todo caso, la cuestión crucial es saber si en estas naciones "teocratizadas" es posible, ahora mismo, que se produzca una evolución hacia la democracia, y cuánto tiempo tardarían en notarse los efectos de tales cambios (confiando en que fuera menor al que hizo falta para las sociedades occidentales). En este sentido, las revueltas producidas en buena parte de los países islámicos durante este último año han despertado algunas esperanzas en tal dirección. Pero tanto la desconfianza que muchos musulmanes sienten hacia Occidente —no se crean ustedes que el recelo viene sólo de nuestro lado—, así como las inercias de tantos siglos y la dificultoso de operar, en poco tiempo, un cambio en las mentalidades, llevan a pensar que la autoafirmación de la conciencia musulmana frente a lo occidental puede llevar, más bien, hacia posiciones integristas y más volcadas aún en lo religioso. No en todos los casos, por supuesto —dado que el mundo islámico es mucho más heterogéneo de lo que suele creerse fuera de él—, pero ciertamente se trata de una tendencia generalizada (sobre todo en algunos países) que choca con las previsiones más optimistas. Al menos de momento.



Pues bien, parece evidente que mientras todo esto siga siendo así, la persecución y censura a la historieta, al arte, o a cualquier otra forma de pensar o expresarse que se salgan de lo marcado por el precepto religioso estarán desgraciadamente a la orden del día.

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